Aurora Venturini y la rama dorada


AURORA VENTURINI Y LA RAMA DORADA 1
Un encuentro


Por José María Pallaoro


La cita era a las tres de la tarde. Llegué tres menos cuarto, y para no esperar en el auto decidí caminar hasta calle 13 para dar la vuelta hasta calle 11, y luego tocar el portero. Hacía frío y había sol. Un día hermoso de invierno, un día…, ustedes ya saben. Me entretuve observando los árboles de la vereda. Fresnos. Liquidámbares. Limpiatubos. Ligustros disciplinados sin hojas (seguro por la mosquita blanca o por pestes que caen del cielo). En la esquina, un par de árboles de tronco gris, lisos, delicados al tacto, no recordé en ese momento su nombre. Tampoco lo recuerdo ahora. Son tres menos cinco, abro la puerta del auto, saco mi valija, luego la bolsa de mimbre que me regaló mi prima hace algunos años y que yo regalé a Elena en ese mismo año. En la bolsa de mimbre hay en una bolsa de residuos naranjas y limones que corté hace un rato de las plantas de mi jardín; hay, además, en el fondo, una decena de libros de Aurora. Cierro la puerta. A dos pasos veo una cagada fresca de perro, no debo pisarla, y recordar no pisarla cuando vuelva. Toco el portero. Planta baja. 1. Nadie contesta. Igual digo mi nombre. Espero. Un cuerpo extraño se acerca a la puerta, el vidrio denso, amarilleado, lo veo a través de él, y escucho el raspado de la cerradura. Recorro un pasillo semioscuro, es breve, más por los tres peldaños que subo y un par de metros después bajo. El departamento es pequeño. Aurora está sentada en una silla de ruedas, me sonríe. La beso. Le digo algo acerca de las frutas. Dice si tengo un jardín. Le cuento del jardín. Ahora estamos solos. La chica va por las habitaciones, va de un lugar a otro, como de visita. La idea es no quedarse quieta. Parece no interesada en nuestra charla, quizás desee estar en otro lugar.

*
Militares. Nunca me gustaron. Hasta entonces. Y venían a La Plata. Era un coronel. Con la gorra bien puesta, bien enterrada. Todos nosotros tenemos como un aura, y este hombre brillaba, nos habló de las cosas que nosotros pensábamos. Habló extraordinariamente, maravillosamente, me convenció, nos convenció. Fuimos un grupo de intelectuales. Nadie se acuerda, pero estaba Reyes, de los frigoríficos. Cipriano Reyes.
Hace poco se hizo una película, digo.
No, no la vi. Lo conocí muchísimo, era muy buena persona, pero claro, él quería ser gobernador y no le daba. Gente que no sabe hasta donde pero quieren, ¿no? Llegan, y ¿para qué llegan? Lo cierto es que nosotros hicimos la nuestra, y bueno, yo la quería más a Eva. Evita fue para mí el verdadero peronismo, populista. Ahora me pidieron una columna en Clarín sobre la Señora, y la tengo apuntada. Una mujer con luz propia. Hablo sobre Scalabrini Ortiz, cuento dos anécdotas. La del indio en la pulpería. La de la cena en La Plata. “Regálenos los trencitos”. “Todo a su medida y armoniosamente”.
Tenía una respuesta para cada pregunta, dice Aurora.


*
¿Te puedo leer “El silencio”?
Sí, eso apareció en Página/12, soy columnista.
Leo para Aurora y para mí:
“Lo que voy a contar nunca lo conté. Pasaron ya veinte años de aquel suceso, durante los cuales acontecieron verdaderos prodigios científicos. Me animo ahora a escribir, apenas algo, sobre aquel episodio que me sucedió en la localidad de City Bell, esa ciudad cercana a La Plata.

Vivía yo entonces en una quinta. Dormía frente a un ventanal horizontal que me permitía ver un campo de vacas y caballos, bastante amplio. Pero no tanto. Las noches plenas de los campos urbanos, que eso era aquel predio vecino a la urbe, no significa campo profundo, son noches bulliciosas, con grillos chillones, perros inquietos, rumores y otros ruidos inclasificables. El silencio rural aquí no existe.

De pronto la llana llanura se platinó intensamente. Vi que algo descendía no desde una nave ni desde una intensa luz, no, desde una vibración inmaterializada. Reinó la paz silente más impresionante. Creció el silencio rural, casi con agresividad. No me es posible acertar cuánto duró la espectral maravilla. ¿Días? ¿Un segundo? Acaso me habré dormido y desperté cuando la empleada de servicio entró a mi habitación protestando porque opinaba que los cables de alta tensión caídos en el césped significaban peligro para los niños que levantaban cualquier cosa del suelo. Luego volvió desaforada. Las piletas de todas las quintas se habían vaciado, hasta el fondo. Después llegó el encargado de cortar el pasto, también desaforado. Quería saber quién había sido el mal nacido que le había quemado una buena parcela de achiras y rosales. Callé. Actitud extraordinaria de mi parte, que soy proclive al diálogo. Callé como respondiendo a órdenes que superaban mi costumbre de proclamar novedades. Una novedad que habría agregado un oropel a mi estatus de escritora en aquella ciudad. Me quedé callada. Lo que voy a contar, nunca lo conté”.




 
*
En serio pasó. Lo conté ahí. Me han pasado cosas extraordinarias que nunca he contado. Me di cuenta que hay algo más. El perro que dormía conmigo siempre, Lobín, era un ovejero de los cárpatos, lindo animal, también se quedó quieto. Sorprendido, haciendo esos soniditos de los perros… bu, bu. Hasta los sapos se callaron. Hay algo más. Me llamó un tipo de City Bell, no quiso dar el nombre, y dijo que él también lo había visto. ¡Cuántos lo habrán visto y se callaron porque esas cosas son extrañas! Uno tiene miedo que lo tomen por tonto, ¿no? Como cuando yo escribí sobre la seguridad de que hay más allá otra cosa. Resulta que una amiga mía, compañera de la universidad, Dawsen el apellido, noviaba con Carlitos Cottella, esa chica tenía en su poder un libro que le había prestado, La rama dorada, y lo necesitaba porque tenía que rendir Estética. Voy a la casa de ella. Me recibe la mamá que es una señora irlandesa y me dice que no está en ese momento pero yo le voy a dar el libro y me lo dio. Me fui caminando hacia la calle 7 y diagonal 80 donde está la fuente. Ahí estaba Carlitos Ringuelet. ¿De dónde venís? Yo vengo de la casa de los Dawsen. ¡No puede ser, no está más la casa! Se fueron de La Plata. No, no, si vengo de allá, de la casa, y la mamá me acaba de dar el libro. Pero, ¿qué historia me estás inventando?, me dice. Lo trajiste de tu casa, vos nunca pudiste ir a lo de los Dawsen. Vení, vamos a ver, yo te voy a mostrar.
Desandamos el camino y no había nada, había oficinas de abogados y esas cosas. No me quiso creer. Pero es cierto. Es atemorizador, es espantoso.

*
Como vos, yo viví en City Bell. No era completamente zona rural. Era un campo urbano. Yo me crié en las afueras de La Plata. La sección Quinta, donde está el seminario. La distracción que teníamos cuando éramos muy pequeños en ese entonces era con los chicos del barrio ir a comer las hostias no consagradas y jugar con los monaguillos y los seminaristas en el patio.
Sí, era una vida silvestre, de juntar huevos por el campo, de las gallinas salvajes. Que mi abuela me decía “cuidado con el huevo de basilisco que te deja duro”. Había que ponerse debajo del brazo para empollarlos. Esas historias tan hermosas. La fortuna. Me encantaba. Era realmente romancesco.

*
Javier Villafañe.
Sí, fijate que nos dieron la jubilación de escritores juntos. Con María Granata, también. Y la medalla se la llevó una muchacha que trabajaba acá, se la robó, pero no importa. Lo sentí mucho. Una mano larga.
María Granata hizo un viaje parecido al tuyo, de poeta a narradora reconocida.
Somos muy amigas.
Sí, viene de la poesía y se va a la prosa. Ganó un premio importante. El premio Strega de la Argentina otorgado en Italia. Fue finalista con Borges, Sabato, Mujica Lainez. Un gran disgusto para Manucho Lainez que se enojó porque lo quería ganar.

*
Había mucho lobby en esos años. Uff... A mi no me daban nada porque era peronista, abrían el sobre. Yo ponía un piedrita, algo, y nunca estaba después. Una vez presenté unos cuentos demasiado lindos en La Nación. No encontraban ni siquiera el original para devolvérmelo. Estaba metido debajo de un mueble. Yo había ido con Gustavo (García Saraví) que siempre peleaba por mí.

*
Las Ocampo a mí me recibían.
Yo escribo un poco parecido a Silvina. Pero mi relación fue con los Ponce de León. Con Ringuelet. Con García Saraví. Estamos todos en la antología del 40. Habíamos formado un grupo que se llamaba “Del bosque”.
Ediciones del bosque.
Sí, fue por 1947. Raúl Amaral que había llegado de 25 de Mayo era el director. Estaba Roberto Saraví Cisneros que traía muchas ideas. Alberto Ponce de León dirigió la colección de Poetas Jóvenes, venía de Filosofía igual que yo, era mayor y abogado. Delia Fernández Aparicio la de Poemas en Prosa. Alejandro Denis Krause la de prosa. Jaime Sureda los Cuadernos Bonaerenses. Todo en la imprenta de Gadea. Publicaron en Ediciones del Bosque, además de los mencionados entre muchos otros, Alejandro de Isusi, Enrique Catani, Horacio Núñez West, María de Villarino, María Dihalma Tiberti, María Elena Walsh, María Granata, Osvaldo Guglielmino, Pablo Atanasiú, Roberto Themis Speroni, Vicente Barbieri… Estábamos todos. Yo doné la colección a la Biblioteca López Merino. Yo mando muchas cosas ahí. Ahora yo tengo muchas cosas que no sé a quien se las voy a donar. Aunque no pienso todavía. Aunque yo ya me morí como dije en la charla que di el otro día. Por si acaso, quiero asegurarme de todos los diplomas. Los premios, que son muchos. ¿Adónde van a ir a parar? El otro día mi sobrino, que es artista, el escultor en hierro de las obras que están expuestas, te digo para que vayas a la Biblioteca. Hay esculturas de él. Gustavo Castro. Busca en la basura cualquier cosa. Y encuentra un libro de Javier Villafañe. Alguien lo tiró a la basura con otras cosas. Esas cosas me hacen mal. Venden las bibliotecas. Alguien vino el otro día a hacerme firmar un libro mío dedicado a Cora Cané. Cora falleció, y alguien vendió su biblioteca.

*
Le cuento a Aurora un par de anécdotas mías en la librería de Lenzi, ahí en diagonal 77 casi Plaza Italia. En una hay un estante con una veintena de libros de Alberto Girri dedicado a un poeta que vivió muchos años en La Plata. Hacia un par de días había hablado por teléfono con él. Estaba viviendo en un geriátrico. Lo instalaron cómodamente los hijos. Consulto con Lenzi, y me dice que estaba muerto, el poeta, que un familiar (posiblemente un nieto) le acercó los libros. Se estaban deshaciendo de su biblioteca. Su familia. Un destino en apariencia común.
Era medio…, dice Aurora moviendo los dedos de la mano derecha. Conmigo tuvo una fea discusión. Se desubicó. Estaba yo por irme, por escaparme, y dice “…las malas mujeres están de más.” Roberto Saraví le pegó una piña que lo dejó sentado. Con el correr de las aguas bajo los puentes me vino a pedir un empleo, le dije que no.

*
Había gente que delataba a otros escritores. Mi peor enemigo era una mujer que fue amante de Eugenio Aramburu. Ella hablaba de Pedrito, y ahora está tan mal. Como me gusta. Soy siciliana.

*
Cuando presentaste El marido de mi madrastra, luego de las disertaciones y las preguntas, te levantás y decís: “Ya me hartaron”.
No, no, hay gente que va a molestar.
¿Como ese señor que quería hacer taller?
Ah, sí, ese hombre, ¡Dios mío! Ahora que no tengo nada que hacer, ya vendí las vacas… y quiero escribir. ¡Como si escribir fuera soplar y hacer botellas! Lo eché a patadas.

*
De alguna manera tuvimos infancias parecidas. En casa había tambo, había quinta. Mi mamá ordeñaba todos los días, para nosotros era un juego. El estar en ese hábitat quizás nos llevó a leer también.
Sí, mi abuelo italiano era muy lector. Leía La Divina Comedia, al Dante. Caminaba y leía. Caminaba y recitaba. El vino de Italia con ciento cincuenta pesos. Ya habían comprado, con Maldonado que era un paisano, un terreno. Y ahí puso la prefabricada, y ahí vivió la esposa y los chicos. Trabajó en lo de Vassena, y llevaba las cuentas y compraba ladrillos. Adelante estaba haciendo la casa. Trabajo siciliano. Ladrilleros. Obreros. Se hizo otra casa al lado. ¿Te das cuenta lo que eran? Trabajando toda la vida. Además a la noche cuidaba el Parque Saavedra. Estaba cerca. Se parecía a un alemán porque era de la rama normanda.

*
Escribís desde chica. Cerca de los veinte años publicaste tu primer libro.
Yo escribí en el diario El Día a los dieciséis años.
¿En “Prosa y verso”?
Sí, ahí nos iniciamos casi todos.
Tu primer libro es Corazón de árbol, que apareció en 1941 y reeditaste en 1944. Tenías diecinueve años.
¿Querés que te cuente algo? Antes había salido otro libro, pero no lo cuento. Corazón de árbol no era tan malo. Ya despuntaba una poesía plena. El que fue muy bueno es el que apareció en Ediciones del Bosque, Adiós desde la Muerte, en 1948.
Aurora, ¿te puedo recordar alguna línea?

...
Y después siguió una cantidad de libros. Borges me dio el Premio Iniciación. La vida mía ha sido de escribir nomás.

*
La chica se está preparando. ¿Era hasta las cinco, no?
No, no, está bien. Seguimos un rato más.
Alberto Ponce de León escribió una novela, La quinta que fue premio Emecé y el libro de poemas Tiempo de muchachas. Tanto vos como Roberto Themis Speroni escribieron monografías sobre Tiempo de muchachas.
Sí, pero no me quedó ningún ejemplar.
Sugestivo el título: La ausencia ardiente.
Claro. Se quemó. Poncho fumaba en pipa. Estaba aparejado, digamos, con una chica en Quilmes. Se peleó y se fue a Buenos Aires. Alquiló un burdel, una habitación por una noche. Estaba con la pipa. Se quemó vivo. Parecía un africano. Fuimos con su hermano, con Horacito, para verlo... Speroni era un bohemio total.
Hablamos de los poetas fundacionales, de poetas actuales de La Plata. Algunas cosas mejor mantenerlas en la intimidad de estas cuatro paredes.
Nos reímos.
A mí me admira.
Ahora son muchos los que te admiran, digo.
Y, ahora sí, fijate de Clarín, me echaron dos veces, si vuelvo es para escribir sobre Eva Perón.
En Página/12 colaboraste con breves relatos y ahora con pequeñas biografías.
Sí, pero me cansé. Van cada dos semanas, casi siempre.

*
Aurora nació en La Plata un 20 de diciembre de 1921. Es de la generación de los nacidos entre el 18 y el 22, de Tomás Diego Bernard, Pedro Catella. “Los chicos terribles del 40”, como le gusta decir. Amiga de John William Cooke, nacido en La Plata un 14 de noviembre de 1920. Al Bebe y a Aurora los trajo al mundo la partera doña Honoria Bossi de Contarelli. Hermanos de cigüeña, hermanos de repollo, se divertían los amigos que abrazaron la misma causa política.
Yo soy doctora en Filosofía, Letras no. Y Ciencias de la Educación, especializada en Psicología.
En Pogrom del cabecita negra está Yuna, le digo.
Casualmente, ahora la borré.
¿Le cambiaste el nombre?
Sí.
Vos llamás a tus traducciones “Versiones respetuosas”: Rimbaud, Lautremont.
Del Otro Monte, a diferencia de Monte Cristo.
¿Te gusta la versión de Aldo Pellegrini?
Sí, pero yo le pongo todo. Trabajé en los Cantos de Maldoror como diez años. Respeto las rimas y el espíritu.
En tu trabajo personal te pudiste soltar más en la narrativa que en la poesía. Tu poesía es más clasicista, por denominarla de algún modo, en los motivos, la cultura griega, la religiosidad, la rima.
Yo creo que Jesús era hijo de José pero que tenía más de Dios que otros. Fue Juan el bautista el que lo dijo. Hay que leer bien las escrituras. Yo con el padre Carlos tengo grandes discusiones, con el exorcista. En cuanto a los Cantos…, vendí todo, toda la serie, toda la edición.
Aurora, tenés gran interés por el surrealismo, lo onírico, lo esotérico, lo dramático, lo fantástico…
Yo viajo a los museos, veo a los anticuarios, voy a las iglesias, yo soy una medievalista.
Villon.
Claro. Es una época que parece que la hubiera vivido. Me gustan las catedrales. Mucho, de ahí los temas, ¿no?
En las reediciones seguís corrigiendo tus textos.
Sí, trabajo con las palabras.
En la narrativa has encontrado más libertad.
Sí, es más libre. Siempre fui muy respetuosa del mester de juglaría, del mester de clerecía. No me salí de las reglas. Me parecía que era faltarle el respeto a la poesía. En la prosa hay más libertad.
Igual se filtra.
Claro. Es un arte mayor.
 
*
Salir de las sombras. Yo estuve muerta. Me rompí los huesos contra el suelo de la manera más zonza. Me van a arreglar. Lo cierto es que cuando estaba en las sombras fue tremendo, lo cuento en mi próximo libro. Una voz me decía “estás muerta” y yo que no. Mi propia fuerza me hizo despertar, y estaba mi cuñado y le digo “hola”. Ellos dicen que yo tuve una borrachera de drogas. Pero yo digo que no, ojalá fuera eso. Estuviste del otro lado.
Sí. Lo escribo en el libro. Yo voy a caminar, pero no me animo a caminar ese corredor. Por los peldaños. Le digo El túnel de Sabato.
¿A Sabato? No llegué a capturarlo. Era mayor. Físico. Se casó con Matilde. Tristes los padres.
Me recita unos versos en francés. No sé francés.
Está dedicado a vos, me dice.
No me animo a pedirle que haga una versión respetuosa.
Verlaine lo descompuso a Rimbaud, que era un chico del campo, el otro una porquería. Villon era un encanto, con la gorra.
Aurora dice unas líneas.
Leé el poema que se acuesta con el cura. Uno deja de escribir a los dieciocho años, Isidore muere en una pensión atendido por un sirviente de la casa, sífilis.
Son los malditos.
Son los mejores.

*
Te gusta hacer asado, me pregunta.
Sí, miento.
Cuando la primavera y pueda caminar, comemos uno.
La beso. Afuera hace frío y hay sol. Un día hermoso de invierno, un día…, ustedes ya saben.

AURORA CLIC 2
Un desencuentro

Toco uno toco dos toco tres toco hasta seis.
Tu tu tu…
– ¿Quién habla?
–Yo.
–Ah, ¿y qué quiere?
–Hablar con la señora.
–A ver, espere.
– ¿Cuál es su gracia?
–Pallaoro. José María Pallaoro.
–Espere.
Hay una radio encendida, hay una gata que maúlla, hay un perrito que es bocina. Hay…
– ¿Cómo era su gracia?
–Pallaoro. José María.
– ¿Papeolologo?
–No, no, Pallaoro. O si prefiere “Pa-la-oro” con doble L.
–Ah.
Hay una radio encendida, hay una gata que maúlla, hay un perrito que es bocina. Hay… un susurro que domina “Papiolologo, Pavulogioro o algo así”.
–No se preocupe. Ella lo va a llamar.
–¿En serio? ¿Recuerda mi apellido?
–Sí, sí, Papioliologo. No se preocupe.
Clic.



[1] La Plata, 6 de julio de 2012. City Bell, 8 de julio de 2012.
[1] Publicado en blog Los ojos, 3 de mayo de 2013.
Publicado en La Tecl@ Eñe, año XII, número 61, diciembre de 2013. Director Conrado Yasenza.
Fotos: José María Pallaoro. La Plata, casa de Aurora Venturini, 6 de julio de 2012. Archivo de la talita dorada.

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