HORACIO FIEBELKORN: La mano que empuja la hostia y otros poemas

RETORNO

Nocturno, por completo. La humedad
sigue su golpe de manos. El viento revisa
las nucas y gestos dispersos en los vidrios.
Una mirada más y serás un sospechoso. A un costado
aguarda un brindis de botellas ciegas. (Los gorriones
caídos que conté, uno por uno, como si fuesen
lo que queda de mis propias alas.
De espaldas a las luces
está insinuado el camino de retorno
a las hornallas, páginas en espera, el próximo
informe sobre el estado del tiempo.


CINCO SOBRE EL 75

I

Pudo ser una tarde, su ardor
bajo la lluvia. Las gotas
junto al cordón de la calle 17
no son lágrimas rojas ni
jugo de tomates. (Lo habían llevado
con los pies para adelante. No fumé
ni uno solo de sus Particulares 30 que dormían
entre las hojas secas.)


II

La calle bajo el pesado
manto de nervios. Y la explosión
ingresa a los oídos y la boca: suspendida
en el espacio del miedo.
La mancha sin nombre, vagabunda
entre la carne cerrada y colgante de Nuestro Señor.
La calle humeante, cemento
sobre la espalda.


III

Replegada la boca
en su ansiedad invernal,
se muerde en cada pozo
con presunción culpable.
Ahora es cuando se desploma el ave.
(Mientras el pellejo te contiene y
asfixia. Tu voz
a un costado. La calle gris
al fondo.)


IV

Todo este aprendizaje, esta pequeña flor.

Ahora se sabe algo de la fiebre contra el vértigo
y la piel ahogada en la sábana.

Y por qué no de los cambios de estación y la
rotación de vías en los vagones, y la mejor
temperatura para servir el té.


V

Congelado el rumor en un resto de voces,
trata de huir por las ramas de un árbol cualquiera.
Horas y horas entregadas al diablo.
Las ruedas ciegas aplastan los sentidos.

Y el corazón es una bolsa que pierde
su carga de arena.
Algo que nadie cantará
y no merece un relato mejor.



INSOMNIO DE LA MADERA

Todo se ha dormido, menos la madera
que cubre el interior de estas paredes.
Entre las tablas y el cemento hay ruidos,
tal vez un roedor, insectos, o quizá
es la queja genuina de la madera, que no me soporta.
De todos modos algo trata de decirme,
acaso esté despidiéndose de mí en su
particular dialecto: “Ya no
te veré, dentro de poco te irás”. Pero calla
con sigilo el destino de la partida,
cuando advierte que ya estoy dormido
y soy parte de la noche.

(de “Zona muerta”, editorial La Bohemia, Buenos Aires, 2004)
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GRUTA

El huevo de cemento deforma el corazón del Bosque
y protege por dentro, con su gotear de baño público,
el camino del visitante a su atalaya secreta.
El refugio del chico para mirar
el lago, los botes, las palmeras,
los edificios más altos que cortan
la fuga del sol en el oeste.


TODAVÍA

Todavía está por responder una pregunta
hecha dos décadas atrás, que lo dejó
paralizado.
Con un poco de suerte, en quince años más
podrá explicar lo que le ocurre
esta misma noche.


ELLA

Ella se acerca al rosal,
recorta con cuidado algunas hojas.
Luego va hacia el limonero en el centro del patio
y vuelve a entrar a la casa.

El pelo muy negro, las piernas muy flacas.
Algo la muerde hace tiempo.

A veces, cuando está sola,
mira el rosal por la ventana.

(de “Elegías”, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008)

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LA MANO QUE EMPUJA LA HOSTIA

La mano que empuja la hostia
en la boca del chico. La mano
que sostiene la copa con la hostia

frente al chico. La mano
que bendice a todos y cada uno
de los chicos de manos juntas

que forman hilera. La mano
que empuja la hostia en esas bocas. La mano
arzobispal que convida la hostia

en una foto blanco y negro. La mano
que diez años después acompañará gestos
de bendición para la entrega

de la carne y la sangre. La mano
que más adelante moverá el hábito
para empuñar su trozo nervioso.

La mano arzobispal que borra
de las calles el número,
de la muerte los nombres.

(Inédito)

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EL NACIMIENTO DE UNA CIUDAD

Fue William Harvey quien descubrió
la circulación de la sangre, y junto a ello
la idea de pensar a una ciudad
como un cuerpo humano, donde fluyen
aire, gentes y divisas para crecer.
Y fue Platner el que dijo que la sangre
era al cuerpo lo mismo que el aire
a la ciudad, y que cualquier clase de peste
se difundía en el éter y dejaba montañas
de muertos tras de sí. De ese modo explicaron
la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires:
una atmósfera envenenada por la acción del Pampero
que arrojó a la ciudad gases nocivos
procedentes de materia descompuesta.
Tuvo que inventarse el ventilador.
Y nació, por lo mismo, el héroe médico,
dador de bienaventuranza, liberador del yugo
de las epidemias, combatiente de vanguardia
de una nueva era. Dijeron entonces que el aire
debe oxigenar las ciudades, cuyas calles
tendrán que ser rectas, paralelas, perfectas,
perpendiculares, sin huecos ni meandros
que lo desvíen o favorezcan huecos a las putas
u otras fuentes infecciosas, y muchos árboles
que serán los pulmones de un nuevo amanecer.
La salud, la belleza, el orden y el progreso
serán la misma cosa. El nuevo urbanismo
tendrá por armas el jabón, la vacuna y la
ventilación, y por estandarte la salud,
contra la incivilidad y la barbarie. Fue así
que se levantó la nueva ciudad, en la nada completa,
donde se puso la piedra fundacional
junto a un cofre lacrado lleno de objetos
de valor –un estetoscopio, una jeringa,
sondas, vendajes, chatas, papagayos, medallas,
monedas, vino- ceremonia que tuvo
por testigos, dicen, a las más altas autoridades
de la política y la salud, y a un grupo de indios
que no entendían nada, aunque se supo:
hubo sólo funcionarios de segunda línea,
no vino el presidente y tampoco los ministros,
y hubo que dar encargo de dibujarlos
en los retratos que luego se difundieron
ante la historia, la posteridad, las generaciones futuras,
etcétera, etcétera.

El testigo dice

"(...) pero cuando llegué ya estaban abriendo
el cofre, el mismo que habían enterrado
esa misma tarde. Mis superiores nada hicieron
para frenar a los más excitados
que procuraban descubrir el interior
del baúl y rompieron cosas y provocaron
desórdenes al disputarse cada pieza,
en especial las monedas y medallas y también
el vino. Uno de los jefes debió extraer su arma
y disparó al aire, y les dijo
que iba a matar al que no obedeciera
o a cualquiera que contara
lo que había sucedido." *

* Fragmento del informe reservado del cuerpo de vigilancia de la piedra fundacional, difundido en 1951


(...)Y así fue como empezó a verse
lo que no hubo, no podía haber.
No se veían las sombras ausentes,
un sueño ahogado en un caldo animal.
Así fue que todo
se fue dibujando sobre una lámina falsa
en la que nadie fue lo que pensaba, y nadie
se llamó como creía
ni nació cuando nació.
Así fue que el poema se volvió tan invisible
como el mundo que quiso nombrar.

(Inédito)
___________:
Horacio Fiebelkorn. La Plata, 1958. Publicó “Caballo en la catedral” (1999, La Plata, Ediciones El Broche), “Zona muerta” (2004, Buenos Aires, Editorial La Bohemia) y “Elegías” (2008, La Plata, Ediciones Al Margen). Participó de las antologías “36 poetas” (1998, La Plata, Ediciones de la Comuna), “Poesía erótica argentina” (2002, Buenos Aires, Editorial Manantial) y “Naranjos de fascinante mùsica” (2003, La Plata, Ediciones de la talita dorada). Fue co-editor del tabloide de poesìa “La novia de Tyson” (1998-2000). Administra el blog clubsilencio49.blogspot.com

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